No es necesario ser sevilista, ni siquiera futbolero, solo con tener un poco de humanidad es lo suficiente para unirse al dolor por la perdida inesperada y totalemente injusta de este joven de 22 años, alguien que ya jamás disfrutará de lo mejor que le estaba por venir, su hijo.
Va por ti, Antonio
Velas rojas del Pizjuán, velas granas, rojas velas para honrar una memoria que ya es mito y es leyenda. Por el campo de Nervión llora que llora la cera, y el estadio es catedral, un altar donde se reza.
Un santuario de amor, donde a un joven se venera entre estampas y colores, entre flores y poemas. Todo ocurrió en un partido de competición liguera, y en el césped de su casa, en la jornada primera, se paró su corazón jugando sobre la hierba... Te lloró todo el deporte, y lloraba España entera, y en la ciudad de Sevilla, rotos por tanta tristeza, los dos equipos se unían en una misma bandera.
Lágrimas siguen cayendo por esquinas, por aceras, y en cada rincón del mundo sólo un nombre se corea. Uno y seis fue tu dorsal, y sevillista tu lema, con el escudo en el pecho hasta el día en que uno muera. Tú el embrujo del balón, del esférico, poeta, en carreras imborrables, Bécquer de la banda izquierda, imbatible lateral, extremo de temple y fuerza. Tú el duende de la pelota y genio de la cantera ¡espejo de compañeros que hoy te tienen por emblema! Carrilero del embrujo, astro en la liga europea, y una “zurda de diamantes” en regate y en defensa.
Tú el esplendor de un equipo, fútbol-arte de pureza, y orgullo de la afición con veintidós primaveras. Tú el pundonor y la raza, y el remate de volea contra el Schalke 04 aquella noche de Feria. Gol y puerta a una final, una historia y una meta, gol que nos llevó a esa gloria, donde ahora tú te encuentras.
Cinco copas levantaste: dos Supercopas, dos UEFAs, también la Copa del Rey, y la imborrable experiencia del debut con la absoluta en un partido ante Suecia. Dicen que el cuerpo es ceniza, pero que el alma se queda... Y cuando pasen los años contarán antiguas lenguas que a luz de la Giralda un jugador creó escuela. Era hombre de corazón, humilde y persona buena. Y sé que estás ahí Arriba, donde la paz es eterna, porque Dios quiso ficharte como su joven promesa, y así jugar en el cielo la liga de las estrellas, y en el campo de la gloria te espera una camiseta con un número y un nombre: 16, Antonio Puerta. Velas rojas del Pizjuán, velas granas, rojas velas han honrado una memoria que ya es mito y es leyenda.
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