Que la vida no es de color de rosa no es algo que yo vaya a descubrirle ahora a nadie, tampoco es lo que pretendo. Pero cada vez que vemos como la diosa fortuna se trunca frente a nuestras tan distintas narices es inevitable no ponerse en las mas pésimas de las situaciones, como si el mundo se fuera a acabar por motivo de ese ínfimo altercado que hemos vivido.
Creo haber aprendido con el tiempo que a las cosas hay que darle su justa importancia; no me reconozco totalmente dueña de mis prontos, supongo que sea algo innato en mí, pero si me vanaglorio de haberle concedido muchísimo menos tiempo a esos momentáneos sinsabores que a veces nos da la vida.
Con el tiempo y las circunstancias nos vamos alimentando a nosotros mismos con ilusiones y esperanzas para con las otras personas con las que cohabitamos y convivimos y también vamos depositando esas esperanzas en como queremos que vayan aconteciendo nuestras vidas. Nadie nos dice que tengamos que hacer eso, luego si llegan los desengaños no son por culpa de nadie ni de nada, solo de nosotros mismos que las prepusimos al mismísimo paso del tiempo.
De cualquier modo creo firmemente que no son desengaños; lo que en un determinado momento nos parece una mala pasada a largo plazo no ha tenido por que haberlo sido, simplemente se trata de saber esperar y así conocer que pasará realmente en lugar de lo que nosotros teníamos esperado.
Ya habrá cosas verdaderamente importantes a lo largo de nuestra vida como para preocuparnos o entristecernos por ellas, aprendamos a buscar siempre aunque sea el mas mínimo lado positivo de todas y cada una de las cosas que nos acontezcan. A lo que llamamos mal tiempo aprendamos a ponerle la mejor de nuestras caras.
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